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Crítica Telesérica: "La Poseída", de la tierra al infierno

Martes 16/09/2015

Por Víctor Herrera





El capítulo 50 de la teleserie nocturna de TVN, emitido el 27 de agosto pasado, estuvo ambientado en la noche del 8 de diciembre de 1890 (día de la Inmaculada Concepción). En él, el Padre Raimundo (Marcelo Alonso) y Sor Juana (Amparo Noguera) llevaron por fin a cabo el exorcismo de Carmen Marín (Luciana Echeverría) tras la autorización recién llegada del Vaticano. El capítulo incluyó una sufrida y sorprendente confesión de Sor Juana, recitación de palabras redobladas, rayo, trueno y vómito de sangre. 

Comienzo mencionando dicho episodio no solo porque es quizá el mejor de esta teleserie hasta ahora, sino también porque marca un antes y un después en la trama escrita por Josefina Fernández y su equipo. Contrario a lo que uno se imaginaría, la liberación de Carmen del supuesto demonio (hasta ahora) ha llegado de la mano de un aumento en la intensidad de la historia, aun cuando la primera mitad de la teleserie tuvo varios momentos álgidos. De este modo, "La Poseída" replica en cierta manera una característica de la estructura narrativa que han seguido varias de las nocturnas más dramáticas de TVN desde "Alguien te Mira" (2007), consistente en dar un giro potente en mitad de la historia tras el cual la trama toma un rumbo muy distinto. En este caso en particular, si la primera mitad de la teleserie estuvo enfocada en la generación de conflictos, en el planteamiento implícito de misterios y en la acumulación de tensión (volviéndose en algún momento redundante y hasta tediosa) la segunda mitad, mucho mejor que la primera, se está caracterizando por la explosión de esos conflictos y la revelación de los misterios, cimentando el camino para lo que se espera sea el clímax de la historia. Es así como la teleserie entrega narrativamente lo que toda telenovela (e historia en general) debiese ofrecer: un drama en potencia que va en progresión y que por lo tanto se vuelve más cautivante conforme avanza. El supuesto demonio abandonó a Carmen no solo para acechar al pequeño Ignacio Orrego (Agustín Canales) cobrando la deuda que asumió su madre Ángeles (Ignacia Baeza), sino para traer el infierno a gran parte de los demás personajes, especialmente a aquellos que viven bajo la influencia de Eleodoro Mackenna (Francisco Melo), que en el fondo son casi todos.

Narrativamente la teleserie ha optado por un relato pausado y detallado que la diferencia de la mayoría de las producciones nacionales del último tiempo. Es así como pueden pasar varios capítulos en pantalla sin que haya cambio de día. De hecho, en el tiempo de la ficción han pasado como mucho un par de meses desde que la historia comenzó hasta los últimos capítulos que se han exhibido. Aunque esto por momentos afecte el ritmo narrativo, favorece la verosimilitud y el tratamiento de los personajes. Además, es la excusa perfecta para dilatar el comienzo de la guerra civil de 1891, que no sabemos si alcanzará a ser incluída en la recta final de la historia y de no ser así no importa mayormente, porque a pesar de que hay un esbozo del contexto sociopolítico que precede a dicho conflicto y cuya eventual presencia en los próximos capítulos constituiría un correlato notable del clímax, los personajes y sus relaciones ya son lo suficientemente sólidos para brillar por sí mismos hasta el final.

Lo fascinante del rol central y de sus estados de posesión no es el efectismo que caracteriza a los clichés del género del terror y cuya ausencia en este caso puede haber decepcionado a quienes esperaban la versión chilena de "American Horror Story". Siempre hay que tener en cuenta que se trata de una telenovela y todo lo que ello implica. "La Poseída" no es, de hecho, una teleserie de horror (como aparentemente sí intentaba serlo la mucho más radical "Conde Vrolok"), sino que está muy consciente del género al que pertenece y se desarrolla entre sus límites, tomando algunos elementos del terror y del thriller y jugando con lo sobrenatural de manera ambigua y sutil, dejando siempre la incertidumbre sobre la condición de Carmen. Lo que fascina del personaje es la irreverencia que manifiesta en un contexto de profundo machismo naturalizado y represión femenina. Las blasfemias, insultos y provocaciones son un placer culpable para el espectador, pues contrastan con la candidez y fragilidad que proyecta Carmen en estado normal. Se trata de un personaje que por ese marcado contraste significa una oportunidad única de lucimiento para una actriz, pero también un riesgo ante el cual podría sucumbir lastimosamente. Afortunadamente, Luciana Echeverría ha logrado una actuación sólida y sorprendente.

Evitar caer en una estética de terror no la vuelve menos ambiciosa. Y es que la historia de supuesta posesión es una gran excusa para narrar una épica de pugnas entre distintos entes que encarnan el poder. En ese sentido, uno de los aspectos más destacables de la historia es lo bien que están concebidos los personajes desde el guión y lo bien interpretados que están todos ellos. Los cuatro principales que roden a Carmen representan distintos ámbitos del poder (la iglesia, la ciencia, la política) y todos ellos se lo disputan y lo ejercen directa o indirectamente sobre esta niña con la que hacen lo que quieren hasta hartarla. El único de ellos que se erige como un antagonista pérfido que obra en función de su propio beneficio es quien ejerce su poder sobre "la endemoniada" del modo más inadvertido (y nefasto): el oportunista y perverso Eleodoro Mackenna. Los otros tres (Raimundo, Gabriel y Sor Juana) son también personajes afortunadamente imperfectos, con traumas pasados y presos de su fundamentalismo (religioso o racionalista), pero con una carga noble evidente: actúan por amor a Carmen. Al mencionado cuarteto se puede sumar un quinto personaje clave: Rosa Carreño (Francisca Gavilán), la supuesta madre de la niña, quizá la única que empatiza realmente con ella, porque su única intención es protegerla sin hacer de ella algo que ésta no quiere. En menor medida, el periodista Joaquín Orrego (César Sepúlveda) y el prefecto Vicente Smith (Tiago Correa), quizá roles menos interesantes psicológicamente, son personajes funcionales que suman otros ámbitos de poder; la prensa, que no vale en sí misma sino como herramienta directa e indirecta de Mackenna; y la policía, que se conflictúa entre el inevitable servicio al poderoso y la intención de justicia auténtica. 

Junto con estos roles, los escenarios se constituyen como vívidos espacios de relaciones humanas; el convento con sus conflictos entre religiosas y entre alumnas; el hospital y las disputas entre una medicina tradicional representada en Urmeneta (Oscar Hernández) y una medicina  moderna representada en Varas; la casa Mackenna y sus elegantes tertulias y miserias privadas; la chingana con sus fiestas alegres que cubren las penurias... La diversidad de personajes y de los espacios que habitan convierten a esta teleserie en una producción estéticamente heterogénea y rica, trasversal (aun cuando es para adultos), y que se siente completa, lo más parecido que se ha visto últimamente a las grandes producciones de antaño, donde cada personaje aporta con su propia historia. Es así como se lucen roles contestatarios y queribles como Asunción Mackenna (Antonia Zegers), personajes que pasan de la sumisión al empoderamiento como Erenestina Riesco (Patricia Rivadeneira), antagonistas que no son precisamente malvados como Luisa Mackenna (Emilia Noguera), pequeñas villanas como Sor Beatriz (Taira Court) y otros memorables como Vitalia Mackenna (Alicia Rodríguez) y Pedro Faúndez (Gabriel Cañas, quizá la mejor actuación masculina de la teleserie). Y faltan por nombrar. Incluso los roles en un principio más pequeños, como Guacolda (Gabriela Arancibia), Alfredo (Francisco Ossa) o Elena (Camila Roeschmann) adquieren importancia y funciones claves en el avance de la trama. 

A pesar de ciertas limitaciones en la puesta en escena de exteriores, producto del limitado presupuesto que una teleserie tiene (casi todo ocurre en un par de calles del Santiago de 1890, y aunque todo lo que hay disponible está aprovechado al máximo, nos quedaremos con las ganas eternas de ver otros espacios icónicos de la ciudad que solo se mencionan), "La Poseída" es una propuesta narrativa y un gran avance temático y estético para la industria local de telenovelas, lo más alto que ha ofrecido el canal en su nicho de nocturnas desde la notable "El Laberinto de Alicia" (2011). 


Lo mejor: El elenco en pleno, la fotografía en varias escenas (a cargo de Raúl González), el diseño de vestuario (a cargo de Germán Droghetti) y la dirección de arte (Paulina Braithwaite).

Lo peor: Varios errores imperdonables por causa de descuidos (como micrófonos a la vista). Al menos son causantes de comidilla entretenida en Twitter.


Calificación:
9
Excelente

Escala

"La Poseída"
TVN, 2015
Producción Ejecutiva: Rodrigo Sepúlveda
Dirección: Víctor Huerta
Guión: Josefina Fernández, Hugo Morales, Juan Pablo Olave y Francisca Bernardi
Producción: Mauricio Campos
Dirección Segunda Unidad: Rodrigo Meneses
Con la actuación de: Luciana Echeverría, Jorge Arecheta, Marcelo Alonso, Amparo Noguera, Francisco Melo, Antonia Zegers, Francisca Gavilán, Patricia Rivadeneira, Gabriel Cañas, Diego Ruiz, Daniela Ramírez, Emilia Noguera, Oscar Hernández, entre otros.

1 comentario:

  1. Da gusto leer una crítica tan bien escrita y con tanta información que revela un conocimiento profundo del escritor sobre la teleserie y sobre las teleseries chilenas en general. Por lo demás, estoy completamente de acuerdo. Felicitaciones.

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